Una foto de hoy con ojos de ayer, cuando una minoría se apartó del poder para que una mayoría se reivindicara por fin en sus derechos y libertades. El respeto a las minorías, -culturales, políticas o religiosas- era entonces el slogan de cada día. No se había instalado aún en las gentes y en la casta política el lenguaje y las formas de lo políticamente correcto, la excepción no hacía la norma y ésta proveía de sus efectos, como borrasca de otoño, a todos por igual. El artículo 1 de la Ley para la Reforma Política fue un ejemplo. Eran los años de plomo, pero todos los actos tenían un fin último: el imperio de la ley.
De entonces a hoy, hemos ido -con nuestro voto lo hacemos- construyendo un ordenamiento jurídico en el que paulatinamente cualquier reivindicación ha ido haciendo minoría, donde cualquier excepción pervierte la necesaria y exigible generalidad de la norma. Es la dictadura de lo políticamente correcto, aplicada a través de una de las más eficientes armas de combate ideológico: la autocensura. En nuestra minoría absoluta, afirmemos no ser iguales a nadie. Únicamente ante la ley nos debemos a ese rasero. Mas ¿qué ley? España, cuna de héroes. Los de hoy, anónimos sin necesidad de declararse homosexuales, nacionalistas o inmigrantes, se obstinan en ser y sentirse, ante todos y humildemente por encima de todo, ciudadanos.

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