Nunca tienes bastante. Bebes sin mesura. Anoche te oi decir, mientras pateabas entre la basura tratando de encontrar los pedazos de la foto de esa zorra a la llamas tu amada que, de haber nacido loco, te arrastrarías al fin del mundo tras ella aunque reventaras ¡Cobarde! Eso debería pasar, que reventases y me dejaras en paz. Bastante me he preocupado por ti todo este tiempo. ¿Quién si no yo te ha recibido destrozado cada noche ofreciéndote un cobijo del que, te lo digo, más de una vez creí no alcanzarías a despertar? ¿Quién si no yo sació tu apetito justo en el mismo momento en que ya planeabas devorarte los brazos a dentelladas? ¿Es así como pagas todos mis sacrificios? No tienes vida bastante para compensarme, por más que para mi seas poco más que un chucho asqueroso acurrucado contra el rincón de tu sucia perrera. Si, así es. Y ahora vienes aqui todo digno, solo porque esa zorra te ha llenado de memeces y vanos alientos tu enferma cabeza. ¡Te embauca estúpido insecto! ¿Crees que podrás irte así como así a instalar la boca en su culo a gimotearle lisonjas, a decirle que la amas, que no puedes vivir sin ella? Adelante. Volverás tan pronto como antes creas haberme olvidado. Maldito ingenuo. ¡Yo no pretendo! Seré siempre la misma negra soledad que fui y que ahora habla; la misma que ha de verte regresar hundido y cabizbajo y quien mudará -¡refugio que implorarás!- su sombra en fría losa y de tus lágrimas lirios que esa zorra jamás ningún domingo vendrá a refrescar.
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