Blog de Juan Luis Miranda

6/8/08

Los gallos no saben volar

Vivimos tiempos en los cuales cualquier individuo subido a un avión se metamorfosea en intelectual enraizado, volcán de percepción y conocimiento que todo lo arrasa en su juicio crítico. "Me gusta viajar" como máxima expresión del ideario vital del idiota occidentalizante. Luego, la exhibición como resultado: he estado en India; no lo puedes ni imaginar. Para rematar, la constatación: el álbum de fotos.
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En lugar de una experiencia vital, este viajar más bien parece una misión expedicionaria en busca de hechos incontrovertibles: veis, pobre ignorantes, YO conozco la verdad última de la cosas y regreso con las pruebas de este mi nuevo conocimiento recién adquirido. Y es ese regreso determinado y cierto lo que lo hace aún más mezquino y repugnante. Recuerdo siendo pequeño: Ve, oh ve, viajero en el sueño, más allá de lo posible, más allá de lo conocido (
La voz, C.Baudelaire).
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El japonés ha sido quizá el pueblo más viajero en los últimos cincuenta años. Poco o nada les ha servido para invertir el ciclo centrípeto de su cultura milenaria. Nos causaba hilaridad verlos como hormiguitas en nuestros museos, en nuestros comercios. Nuestro idiota occidentalizante hoy no es más que un remedo de éstos, ataviado de maquinitas, nuevo armamento reproductor de pruebas incontrovertibles.
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Yo lo vi, me dirá acodado en la barra del bar, cuando este caluroso agosto madrileño se desvanezca y el calendario, de allende los mares, regrese a nuestro héroe pertrechado de verdades insoslayables que la rutina pronto cubrirá de polvo y ceniza.
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Ella acaba de llamar, y no dejo de preguntarme por qué no le he dicho que deseaba verla. A veces me siento como
gallo de campanario.

4/8/08

Admiraciones

La admiración es el preludio al amor. Como en El Decamerón, jornadas que se suceden con el corazón arrebatado, presto a interpretar como sublimes las más vanas palabras, solícito a elevar a los cielos la buenaventura de una pasión que, por propia y sentida, de si misma se vale para eclipsar al todo universo. En lo extraordinario habita la admiración, y en su disfrute gozoso y tranquilo la delectación. ¿Cómo si no deleitarse sin esas vagas horas de largos pensamientos y quimeras? ¿Qué otra cosa es la admiración más que la proyección de algo o alguien que alcanza a penetrar nuestro corazón hasta la parálisis e incluso el desquiciamiento? Don Quijote: Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Ésta, y no otra, es la verdad que la alimenta.

2/8/08

Cambio climático

Merece al menos una reflexión la aparentemente rápida concienciación de buena parte de la población mundial ante el fenómeno comunicativo del llamado cambio climático. Digo comunicativo, porque es curioso que ni el hambre, ni la analfebetización, ni las pandemias, hayan tenido una cobertura tan amplia y unos tintes tan catastrofistas en los medios de comunicación como con esta nueva pseudoideología, exenta como está de pruebas concluyentes que nadie rebate como, por ejemplo, la expansión aún sin freno del IVH. Por el contrario, con un apoyo sin precedentes, se ha impuesto este axioma irrefutable que alcanza a condenar a aquellos científicos que, en su atrevimiento, cumplen con su oficio y vocación poniendo en tela de juicio ciertos análisis y conclusiones.
La comunidad científica no es unitaria, por lo que habremos de quedar a la espera de estudios que arrojen conclusiones más precisas. Lo lógico, lo racional, es adoptar una postura excéptica. Pero cuidado. Vivimos tiempos en que, si al llamar la atención sobre un individuo que se cuela en la cola del autobús da la coincidencia que es marroquí, atengámonos a la nueva lógica del reproche social: lo noticiable no es que él sea un maleducado; es que tú eres un racista. Pues eso.

1/8/08

Jenny Ekholm V

Temo que seas la ola
que arriba su romper hasta mi pecho
volviendo ya en ti misma sumergida
ya desecha, fugitiva
por las vagas corrientes hasta el lecho.
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La mar en calma aviene
vibrantes luminarias a mecerme
en su rumor y temo, -¡sí temo!-
penetren furtivas las costuras
que a ti guardan el puerto
eterno, que solo espera.
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¡Al que llegué un día
desnudo
corriendo
playa arriba!

29/7/08

Recuerdos de Vizcaya

Trabajé en Petronor allá por 1998, en la planta de Somorrostro, rebautizado Muskiz por el nacional-socialismo. Fue una época de siembra, como son todas las iniciáticas. Doce horas al día alzado a un arnés, armado con un martilo neumático picando residuos en aquel húmedo y oscuro horno de crudo de quince metros de altura. Vamos, el típico trabajo que solemos tener los niños pijos que vamos de liberales por la vida, los de papá y mamá. En fin. Fue una etapa de siembra, digo, y por ello hermosa, de la que, incluido el golpetazo que del andamio al suelo me regresó a casa, guardo gratos recuerdos y también algunas enseñanzas: el austero sentido del compañerismo -tanto más fuerte cuanto más duro y peligroso es el trabajo- y la convicción de que cualquier cosa que sea necesario hacer, se debe y se puede hacer. De hecho, por encontrar, llegué a descubrir sobre mi pobre esqueleto músculos que hasta entonces desconocía. Los almuerzos eran de doble primer plato de puchero, segundo plato, postre y barra de pan. La cocinera se llamaba Carmen, de Badajóz.
Dos años antes de esto, anduve por Bilbao por primera vez, acaso de un concierto que dábamos en una sala. Entonces era músico con Goodbye Planet, o sea, que iba de guay por la vida. Tras el almuerzo nos dejamos llevar por nuestro mánager (vizcaíno instalado en Madrid) a una ikastola a firmar discos. El canalla del bajista (no concibo mi niñez y mi juventud sin él) tenía un exámen y nos abandonó en plena turné, de modo que allí estábamos ambos dos como en un chiste, un inglés y andaluz, borrachuzos en el templo del saber euskaldún, y ya fuera por mi ignorancia o por el exceso de orujo, doy mi palabra de que no me sonaba ni un puñetero título de aquel remedo de biblioteca, apenas en un poster la cara de un tipo colgado de una soga que se parecía mucho a Juan Carlos I. Me deslicé fuera a fumarme un porro (los músicos guays los fuman) y así hasta la noche, a la boite, a dar la nota. Confieso que más fácil que el nombre de la sala es recordar el de la casa de putas de enfrente: Brindis. Tu cantante está allí, me dijeron. Y allí estaba, con la mano derecha tanteando el culo de la cachonda y con la izquierda largando monedas por la tragaperras. Le habían tocado veintemil pesetas. Así era Benjamin. Minutos después improvisábamos unos tangos a guitarra, caja, charlston y ride de 20 pulgadas. Les encantó una versión en inglés de Au suivant, de Jacques Brel. El público de Bilbao es agradecido, ya sea para la música, el fútbol o los toros. La puta seguiría supongo en sus quehaceres.
Josu Jon Imaz no pintó jamás nada en mi vida. Lo traigo aquí porque su fichaje por Petronor me ha hecho recordar lo ya dicho, lo que me guardo y lo que casi doy por olvidado. Sin embargo, y para que el pájaro no se vaya de vacío, baste decir que a diferencia de Zaplana, a quién por fichar por Telefonica (sin tílde) se le puso como hoja de perejil, a éste chico no hay guapo que le ponga una tilde encima al pasar de la presidencia del PNV a la presidencia de Petronor sin bajarse del coche oficial. Nótese el distinto tratamiento de ambos fichajes por el diario zapaterista Público.
Conocí a mis primeros euskaldunes en los pasillos que llevaban a los vestuarios de la Petronor, con sus panfletos del
LAB. Ahora están el la presidencia, desde donde gallardean desvirgando la zamarra vizcaína, la única cosa limpia que le quedaba al gran Athletic. Los tiempos han cambiado, dice. Y tanto. No se imaginará éste lo que me alegra no verme a sus órdenes. Valga mencionarlo siquiera por haberme traido a la memoria un tiempo y una tierra en los que fui feliz.