Tradición y gimnasia | Blog de Juan Luis Miranda

23/10/06

Tradición y gimnasia

A estas alturas de la vida, uno hubiera querido ser agricultor o ganadero europeo, gordo y lustroso como animal de abrevadero, espongiforme y trotón. Si no vienen lluvias, lloverán dineros. Y la remolacha a precio de ternera. Es la comuna terrateniente que lastimera vuelve siempre disfrazada de Marinaleda.
Decía mi bisabuela que esa izquierda campesina se muda a derechas nada más aprende a comer con cuchillo y tenedor, lo que -dicho sea de paso- no va en menoscabo de que a mí como a ella me parezca mala cosa eso de que la gente se siente a la mesa con decoro, se asee el morro a cada trago y no alterne mascada con mascullo, pues por todos es sabido que si feo está hablar con la boca llena peor es hacerlo con el cerebro vacío, pero de ahí a tener que llenarles la olla sine die con los impuestos de todos es una vergüenza y un atraco, además de una pervesión del lenguaje, cuando la propia naturaleza de la subvención va ligada a la coyunturalidad, nunca como solución definitiva. ¿Quién les quitará la prebenda?
Es esta nueva España plurinacional, lugar común incluso para quienes obsequiosos se esmeran en el pago del impuesto, como ese fraile de los fogones, Arzak, pagano del impuesto revolucionario, verdadero arcano de esa gastronomía vasca infinita en aromas y matices, capaz de sentar a la misma mesa al PNV, - derechón, tradicionalista y católico-, y a la izquierda asesina, marxista y atea (en esta incluyo, para no iniciados, al PSOE, tan dado a torturar, asesinar y enterrar gente en cal viva). En estos días, unos y otros aguardan sin perderse de vista por si el gudari levanta o no la piedra o el cóctel, que ya se sabe que, en Vascongadas, tradición y gimnasia es todo uno. Aireados van mandiles y sotanas. Bálsamo de perejil. Arguiñano a los altares de la Iglesia vasca.
Uno, que no pasa de ser castellano austero, con poca cosa se vale, acaso unas olivas, un poco de queso y, a ser posible, algún remojón de vino, ya que en nada hago de menos ni sotana que alimente mi conciencia ni mandil que apacigüe la bulla de mis entrañas, que para ambas cosas me basto y me sobro mientras los brazos y las entendederas no me fallen para trabajar y pagarme la libertad de gritarles a la cara: ¡NO!

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