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Desconjunto sin pasado
ya no te conozco.
y ríes al pronunciar
mi nombre: Prometeo.
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Alzaría los ojos
si no te amase.
Un solo parpadeo
te helaría la sangre.
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11/10/08
29/9/08
Jenny Ekholm VII
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Pasó el tiempo. Conocí a la Bestia. Fue durante una de esas cenas donde solo se habla de trabajo. Alguien advirtió el magnífico futuro que me aguardaba en la compañía. Sentí pavor. Meses después me acuchillarían. Ella venía con alguien, no recuerdo. Parecía relajada, indiferente ante todo lo que allí se ventilaba. Vestía de negro, camisa ceñida, falda a juego y unos tacones altos que se esmeraba en hacer sonar cada vez que se ausentaba para ir al baño. ¿Me disculpáis?, se excusaba una vez de pie, como para que todo el salón la escuchara. Era una hija de puta muy refinada. Le miré el culo y las piernas. Al segundo plato me lanzó las preguntas de rigor, como iniciando un ritual de apareamiento que rápidamente sentí no venía a cuento. Me recosté aún más en la silla y me limité a balbucear monosílabos. Sin embargo, para la tercera pregunta ya la tenía a unos centímetros de mi cara: ¿Eres melancólico o de los que se guardan la rabia? Le hubiera soltado una hostia en aquel momento. Lo notó. Nos perdimos a mi casa en las primeras copas y subíamos en el ascensor cuando me preguntó si estaba enfadado. No. Nada más entrar, le indiqué que se quitara la ropa; yo prepararía algo de beber. ¿No prefieres hacerlo tú? La abofeteé y no volvió a decir palabra. Con un gesto señalé la silla donde debía sentarse, junto a la cama, y le entregué un libro blanco del que recitaría estos versos favoritos:.
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"Esta noche te tomo entre mis brazos.
Mi arcadia. Bajo ella el tesoro.
Mi más preciado objeto
sepultado en penumbras.
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Debiera hoy mi existencia
desflorarse en llama viva
y durar, casi como una rosa
poco más de un día, y con todo
apenas más que una noche fresca.
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¿Para qué este naufragio indescriptible
que a la superficie se lleva
orillando nuestro corazón
desfallecido? ¿A qué debemos esto?
Al recuerdo de aquello que fuimos y no somos
al dolor, que aún no hemos olvidado
al deseo que nos esclavizó
al propio corazón
que casi ha dejado de escucharnos".
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Tumbado en la cama me entregué al ritmo de aquellos versos conocidos, voces que desde tan lejos trajeron tu olor y tu tacto a mi memoria.
Con estas manitas (construyo mi porvenir)
24/9/08
Atadura

Dicen algunos que la distancia es la enfermedad que carcome los afectos. Yo en cambio te presiento a mi espalda, y en no tener tu tacto me regodeo y me plazco y hasta me enfado si como esta noche -sin esperarlo- con dos besos me cruzas la cara ante losotroshorror haciendo que hasta mi boca arriben balbuceos que me apabullan.
Palabras son las distancias en que no me hallas y que sin embargo se atreven a ser tu propio verbo, enorme, que me apacigua y me acoge y me dice: aqui estoy, en tu perímetro de vida; aqui soy cercanamente distante, girando.
Así fue esta noche mientras te impulsabas y de tus manos manaban como guirnaldas cintas al vuelo para morir enredadas a mi cuello, perezosas en su fantástica atadura.
22/9/08
Por favor. No me molesten.
¿Quieres creer que no encuentro el vino? Habré olvidado incluirlo en la lista de la compra. Una vez oi a alguien del barrio hablar sobre un vecino que después de comprar una botella dejó olvidado a su hijo en el supermercado. Su mujer se había largado unos años atrás, dios sabe con quién y adonde, dejándolo plantado con aquel demonio para no volver jamás. Pobre hombre. Tal vez amara a su esposa, quién sabe. Tampoco yo soy hábil para las cosas prácticas de la vida. Bebamos. Cada uno es libre de elegir su camino. Al fin y al cabo todos vamos a parar al mismo sitio, a la alacena de los muertos, con nuestros padres, acaso nuestros hijos. Nuestros hijos. De modo que a efectos prácticos poco o nada importa la ruta que elijamos. Claro está que hallaremos diferente cantidad de dolor en función de la ruta. ¡Menudo menú de martirios a la carta! ¿Si deseo tener hijos? No, no más de lo que acaso un día pude en un tiempo desear probar un plato exótico en el balcón de un paraíso mientras besaba a la mujer de un amigo, ideas que al punto desaparecen de la mente para nunca volver. En cualquier caso, he sido educado para ser hijo de mi madre, no para ser padre de mis hijos. Como tantos otros soy fruto de una generación de privaciones sobre cuyos hijos encauzaron ríos de anhelos. Yo, por mi parte, cumplí fielmente mi papel. No me engañé. Perseguí el éxito en la vida, ser un buen profesional, con opiniones propias formadas acerca de casi todo. En cuanto a la progenie, me limito al amago de engendrar. Estoy demasiado ocupado con mis asuntos, eso es todo. Por más, los niños requieren una atención que yo no deseo dar. Y yo he de cuidar de ti. Estamos de acuerdo en que soy egoísta ¿Quién no lo es en estos tiempos de abatimiento y desidia, imbuidos en esta sociedad del aburrimiento? Un egoísta aterrorizado, eso es, algo que sin duda atenúa los perjuicios que pudiere causar a la sociedad. El miedo limita el egoísmo y con él la tentación de exponerse a dañar y ser dañado. De no ser así, esta selva salpicada de batallas pasaría a ser una guerra continua e interminable. El niño en cambio es un egoísta desaprensivo y voraz, capaz de las mayores querellas y atrocidades y a quien – bien administradas- unas dosis de terror le reportarían, y con él al mundo entero, un bienestar hasta ahora desconocido. Llegado a la adolescencia, los niveles de dolor se atenuarían y la confrontación con los cuarentones –esa puta secta nostálgicorrepresora- aliviaría todos los niveles de lucha y agresividad. Si deseas tener hijos, educarlos, amarlos… los tendremos. Pero nunca olvides que jamás los amaré como te amo a ti. En su continua querella me separarán de tu lado, actuando en las sombras. Un día me mirarás y no me reconocerás. Te habrán sumido en su lenguaje pendenciero. Harán de ti una ubre nutricia y de mí un fantasma borracho y gris.
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