¿Quieres creer que no encuentro el vino? Habré olvidado incluirlo en la lista de la compra. Una vez oi a alguien del barrio hablar sobre un vecino que después de comprar una botella dejó olvidado a su hijo en el supermercado. Su mujer se había largado unos años atrás, dios sabe con quién y adonde, dejándolo plantado con aquel demonio para no volver jamás. Pobre hombre. Tal vez amara a su esposa, quién sabe. Tampoco yo soy hábil para las cosas prácticas de la vida. Bebamos. Cada uno es libre de elegir su camino. Al fin y al cabo todos vamos a parar al mismo sitio, a la alacena de los muertos, con nuestros padres, acaso nuestros hijos. Nuestros hijos. De modo que a efectos prácticos poco o nada importa la ruta que elijamos. Claro está que hallaremos diferente cantidad de dolor en función de la ruta. ¡Menudo menú de martirios a la carta! ¿Si deseo tener hijos? No, no más de lo que acaso un día pude en un tiempo desear probar un plato exótico en el balcón de un paraíso mientras besaba a la mujer de un amigo, ideas que al punto desaparecen de la mente para nunca volver. En cualquier caso, he sido educado para ser hijo de mi madre, no para ser padre de mis hijos. Como tantos otros soy fruto de una generación de privaciones sobre cuyos hijos encauzaron ríos de anhelos. Yo, por mi parte, cumplí fielmente mi papel. No me engañé. Perseguí el éxito en la vida, ser un buen profesional, con opiniones propias formadas acerca de casi todo. En cuanto a la progenie, me limito al amago de engendrar. Estoy demasiado ocupado con mis asuntos, eso es todo. Por más, los niños requieren una atención que yo no deseo dar. Y yo he de cuidar de ti. Estamos de acuerdo en que soy egoísta ¿Quién no lo es en estos tiempos de abatimiento y desidia, imbuidos en esta sociedad del aburrimiento? Un egoísta aterrorizado, eso es, algo que sin duda atenúa los perjuicios que pudiere causar a la sociedad. El miedo limita el egoísmo y con él la tentación de exponerse a dañar y ser dañado. De no ser así, esta selva salpicada de batallas pasaría a ser una guerra continua e interminable. El niño en cambio es un egoísta desaprensivo y voraz, capaz de las mayores querellas y atrocidades y a quien – bien administradas- unas dosis de terror le reportarían, y con él al mundo entero, un bienestar hasta ahora desconocido. Llegado a la adolescencia, los niveles de dolor se atenuarían y la confrontación con los cuarentones –esa puta secta nostálgicorrepresora- aliviaría todos los niveles de lucha y agresividad. Si deseas tener hijos, educarlos, amarlos… los tendremos. Pero nunca olvides que jamás los amaré como te amo a ti. En su continua querella me separarán de tu lado, actuando en las sombras. Un día me mirarás y no me reconocerás. Te habrán sumido en su lenguaje pendenciero. Harán de ti una ubre nutricia y de mí un fantasma borracho y gris.