Recupero un artículo del 26 de junio de 2006.
.
Ojeando hace unas noches un libro ilustrado con fotografías del regreso de las tropas españolas combatientes en Cuba, recordé a ese par de viejas amigas que a estas horas andarán por aquellas mismas arenas del diablo en busca de un moreno que les amortice el desplazamiento. “Nunca viajas querido… te abre la mente”, dicen risueñas. Son dos cuerpos para una cabeza.
.
Admitámoslo. Y me repito. Se ha asentado la idea de que cualquier imbécil embarcado en clase turista es un intelectual en potencia, capaz de surcar los mares del conocimiento y la experiencia humanas, depositario de un saber que durante años le fue vedado por las desigualdades sociales y que ahora la Modernidad le brinda en bandeja en forma de all included. Y es que ser feliz es algo que debe molar mucho, sobre todo si te coge en vacaciones, entreabriendo tu Código da Vinci free taxes y analizando los problemas del Hombre como un verdadero intelectual, tomando distancia, con esa perspectiva trascendente que sólo la tertulia del chiringuito es capaz de ofrecer.
.
Las consecuencias son devastadoras. Cuanto más alto es el grado de imbecilidad, más lejos se produce el desplazamiento de este infame: lejano oriente, África septentrional, Sudamérica… sus destinos favoritos. Como un cachivache, es transportado de un lado a otro: a la izquierda, el monumento al libertador de la isla… a la derecha, el putiferio. Regreso al hotel en treinta minutos. Comparte experiencias, las graba en video o las fotografía. A su regreso las va relatando, como una letanía. Salvo casos excepcionales, el contagio es inevitable. Es el idiota internacional. Una pandemia.
.
Era apenas un crío cuando leí unos versos de J.R. Jiménez, allá por los años ochenta de la primera Córdoba comunista, la del paro (en esto poco ha cambiado), la estrechez y la ropa en remiendos. Sin estos aparatos de aire de hoy, tan fantásticos, en pleno mes de julio y a cuarenta y cinco grados, veía en el telediario a un grupo de señores indignados, atrapados en un retraso de aeropuerto. Tanta sería la distancia que debí sentir entre ellos y yo que me llegué a preguntar: ¿de qué coño se puede quejar un tío que se permite huir del calor a un lugar tan lejano que yo mismo habría de girar mi globolámpara casi ciento ochenta grados para ubicarlo?
.
Aquellos versos me ayudaron pronto a comprender que no hay mejor viaje que el que uno es capaz de realizar hacia sí mismo; que la clarividencia no está en las cosas mismas si no en el alma de quien las escruta; que no está cargado de más razón quien más protesta; que es mejor estar sólo que mal acompañado y, sobre todo, que es infinitamente superior el daño que causa un idiota bienintencionado que las lumbreras del malhechor.
.
La oscuridad se cierre a esta noche de verano, desvaneciendo en ella la imagen de mi idiota. Junto al globolámpara, hojeo a este tío Sófocles. En el prólogo se afirma que jamás salió de su ciudad. Una tragedia.
.
Admitámoslo. Y me repito. Se ha asentado la idea de que cualquier imbécil embarcado en clase turista es un intelectual en potencia, capaz de surcar los mares del conocimiento y la experiencia humanas, depositario de un saber que durante años le fue vedado por las desigualdades sociales y que ahora la Modernidad le brinda en bandeja en forma de all included. Y es que ser feliz es algo que debe molar mucho, sobre todo si te coge en vacaciones, entreabriendo tu Código da Vinci free taxes y analizando los problemas del Hombre como un verdadero intelectual, tomando distancia, con esa perspectiva trascendente que sólo la tertulia del chiringuito es capaz de ofrecer.
.
Las consecuencias son devastadoras. Cuanto más alto es el grado de imbecilidad, más lejos se produce el desplazamiento de este infame: lejano oriente, África septentrional, Sudamérica… sus destinos favoritos. Como un cachivache, es transportado de un lado a otro: a la izquierda, el monumento al libertador de la isla… a la derecha, el putiferio. Regreso al hotel en treinta minutos. Comparte experiencias, las graba en video o las fotografía. A su regreso las va relatando, como una letanía. Salvo casos excepcionales, el contagio es inevitable. Es el idiota internacional. Una pandemia.
.
Era apenas un crío cuando leí unos versos de J.R. Jiménez, allá por los años ochenta de la primera Córdoba comunista, la del paro (en esto poco ha cambiado), la estrechez y la ropa en remiendos. Sin estos aparatos de aire de hoy, tan fantásticos, en pleno mes de julio y a cuarenta y cinco grados, veía en el telediario a un grupo de señores indignados, atrapados en un retraso de aeropuerto. Tanta sería la distancia que debí sentir entre ellos y yo que me llegué a preguntar: ¿de qué coño se puede quejar un tío que se permite huir del calor a un lugar tan lejano que yo mismo habría de girar mi globolámpara casi ciento ochenta grados para ubicarlo?
.
Aquellos versos me ayudaron pronto a comprender que no hay mejor viaje que el que uno es capaz de realizar hacia sí mismo; que la clarividencia no está en las cosas mismas si no en el alma de quien las escruta; que no está cargado de más razón quien más protesta; que es mejor estar sólo que mal acompañado y, sobre todo, que es infinitamente superior el daño que causa un idiota bienintencionado que las lumbreras del malhechor.
.
La oscuridad se cierre a esta noche de verano, desvaneciendo en ella la imagen de mi idiota. Junto al globolámpara, hojeo a este tío Sófocles. En el prólogo se afirma que jamás salió de su ciudad. Una tragedia.

No hay comentarios:
Publicar un comentario