noviembre 2008 | Blog de Juan Luis Miranda

19/11/08

Cuando vuelvas

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Salpicado de amapolas, el pálido trigal se desparrama otero abajo hasta mis pies mientras tomo el pan que cocí temprano, las manos sucias, y me lo llevo a la boca y regreso a cuando fui niño-espiga y el cielo se me parecía azul y mi corazón el mejor refugio ante los hechos de los malos y la palabra de los buenos, del arbitrio de los hombres que no comprendía y no comprendo, consciente de la terrible soledad de los porqués sin respuesta.
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No siendo tú para mi más que potencia, cosa misma de orden y caos transfigurada, te echo de menos, lo mismo que el girasol a su amarillo mago, girando en sí mismo avergonzado de la pronta luna, para amanecer radiante al nuevo día. ¡Cómo resistirse a morir en este instante! Me invito -debo- a imaginarme en agonía, hasta ese preciso momento en que no cabe un segundo postrero y así poder llevarte conmigo en el recuerdo hasta mi último lugar, a este trigal, entre amapolas, donde deseo descansar cuando el corazón se pare y mi visión del mundo sea un hermoso tapiz de inmenso color blanco.
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Vuelve cuando quieras. Para entonces ya te habré llevado conmigo.

13/11/08

Cartas a Salvador

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Nunca fuimos unos supervivientes. Estábamos equivocados hermano. De los tres, acaso tu y yo éramos los más inteligentes, pero nunca fuimos los más listos. No. No hace falta que mires hacia atrás para comprobarlo. Nada hay más bastardo que la memoria de lo propio. Basta con que eches un vistazo a tu alma, cosida a dentelladas. Comprobarás que no salimos indemnes.
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Conoce al niño y conocerás al hombre. Confiábamos en nosotros mismos, nos presentábamos al mundo voraces y vivimos, no a nuestro antojo, sino como dictaba nuestra conciencia, con el impulso moral que da perseguir un ideal. Dime, ¿recuerdas el tuyo? ¿lo mantienes? Y si así fuera ¿te complace?
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Nuestros muertos y nuestros desaparecidos han dejado algo más que una ausencia. Espero que unos y otros hayan encontrado su lugar y no imaginas cuánto me alegraría saber que ha sido así, tener noticias de ellos. Hasta los envidio en su potencia. Nunca ambicioné otra cosa que huir, escapar de este mundo doliente y deforme, feo. Nunca tuve cojones para quitarme de enmedio. Vivo -no encuentro ahora un verbo que describa esta inacción, lo siento- dentro de otro, un frio fantasma que inventé un mal día y que me cobija. Espantoso, como espantoso es no saber si ir o huir de uno mismo.

12/11/08

El idiota occidentalizante

Recupero un artículo del 26 de junio de 2006.
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Ojeando hace unas noches un libro ilustrado con fotografías del regreso de las tropas españolas combatientes en Cuba, recordé a ese par de viejas amigas que a estas horas andarán por aquellas mismas arenas del diablo en busca de un moreno que les amortice el desplazamiento. “Nunca viajas querido… te abre la mente”, dicen risueñas. Son dos cuerpos para una cabeza.
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Admitámoslo. Y me repito. Se ha asentado la idea de que cualquier imbécil embarcado en clase turista es un intelectual en potencia, capaz de surcar los mares del conocimiento y la experiencia humanas, depositario de un saber que durante años le fue vedado por las desigualdades sociales y que ahora la Modernidad le brinda en bandeja en forma de all included. Y es que ser feliz es algo que debe molar mucho, sobre todo si te coge en vacaciones, entreabriendo tu Código da Vinci free taxes y analizando los problemas del Hombre como un verdadero intelectual, tomando distancia, con esa perspectiva trascendente que sólo la tertulia del chiringuito es capaz de ofrecer.
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Las consecuencias son devastadoras. Cuanto más alto es el grado de imbecilidad, más lejos se produce el desplazamiento de este infame: lejano oriente, África septentrional, Sudamérica… sus destinos favoritos. Como un cachivache, es transportado de un lado a otro: a la izquierda, el monumento al libertador de la isla… a la derecha, el putiferio. Regreso al hotel en treinta minutos. Comparte experiencias, las graba en video o las fotografía. A su regreso las va relatando, como una letanía. Salvo casos excepcionales, el contagio es inevitable. Es el idiota internacional. Una pandemia.
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Era apenas un crío cuando leí unos versos de J.R. Jiménez, allá por los años ochenta de la primera Córdoba comunista, la del paro (en esto poco ha cambiado), la estrechez y la ropa en remiendos. Sin estos aparatos de aire de hoy, tan fantásticos, en pleno mes de julio y a cuarenta y cinco grados, veía en el telediario a un grupo de señores indignados, atrapados en un retraso de aeropuerto. Tanta sería la distancia que debí sentir entre ellos y yo que me llegué a preguntar: ¿de qué coño se puede quejar un tío que se permite huir del calor a un lugar tan lejano que yo mismo habría de girar mi globolámpara casi ciento ochenta grados para ubicarlo?
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Aquellos versos me ayudaron pronto a comprender que no hay mejor viaje que el que uno es capaz de realizar hacia sí mismo; que la clarividencia no está en las cosas mismas si no en el alma de quien las escruta; que no está cargado de más razón quien más protesta; que es mejor estar sólo que mal acompañado y, sobre todo, que es infinitamente superior el daño que causa un idiota bienintencionado que las lumbreras del malhechor.
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La oscuridad se cierre a esta noche de verano, desvaneciendo en ella la imagen de mi idiota. Junto al globolámpara, hojeo a este tío Sófocles. En el prólogo se afirma que jamás salió de su ciudad. Una tragedia.

9/11/08

Escuela de grumetes III

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Sentada en la arena sola
te aprehende el mar
mujer con sus vivas olas.
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Entre mis manos ávidas
se va mientras la única
verdad que me quedaba.
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¡Qué lejos aún queda
de mis ojos la costa!