El liberal español fue siempre una especie de refugiado de sí mismo. Acostumbrado a buscar acomodo en casa ajena, mucho le costaba imaginar ocupar su propio espacio, disfrutar -en sentido amplio- de un lugar propio donde desarrollarse con y para los otros.
Así anduvo hasta que, desde hace poco más de una década, se tropezó con una ventana al exterior -Internet- a través de la cual aireó sus banderas y sus signos de identidad, reivindicando a sus mitos e imaginando escenarios: pronosticando resultados, proyectando alianzas, lamentando quebrantos... Podría haber sido un buen y feliz comienzo para entablar la lucha y desarrollar su acción política; sin embargo más pudo más su individualismo y ahí lo vemos, definitivamente acomodado en su ciberpoltrona.
En los foros, los ateneos, podemos ver constantemente planear sobre el liberal una sombra de fatalismo, sobre su propia naturaleza y sobre sus propias y legítimas ambiciones políticas. Un fatalismo que concluye en la escasa generación de ideas y en un complejo de derrota y autoalienación de la lucha política por ocupar los centros de decisión. En definitiva, falta de arrojo y de liderazgo para avanzar en la acción política. Se olvidó de que sus conciudadanos pasean, viven, sufren y disfrutan en ese espacio común denominado la calle. Ahí lo veis, refugiado de sí mismo.

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