Nunca supe cómo desembarazme a tiempo de las cosas, por lo que me apliqué en aprender a no poseerlas. Del mismo modo, resulta imposible echar de menos lo que jamás fue de uno, salvo que uno haga de sus ensoñaciones quimeras huérfanas de realidad. Porque es su realidad la única constatación de las cosas mismas. Las ideas las anteceden, las sobrevuelan o las traspasan, las superan, para quizá no ser jamás, para tal vez nunca poderlas retrotraer. En cambio las cosas perduran en su propio ser, movidas por su propia inercia, tozuda e inquebrantable. ¡Cómo poder imitarlas! He viajado ultimamente, para lo que suelo, demasiado. Y de regreso al buscar entre mis libros los hallé cosas, y en las cubiertas un polvo traido de no sé bien donde que no me dice nada, que no me hace mejor, que ni pretende ni añora. Y me he sentado en la silla pensando en por qué te dije que te quería y me vine a cubrir de polvo, ahí, junto a la biblioteca, cosa a la espera de ser tomada.