Reconozco en mi pecho este galope desbocado,
hermana noche, que vuelves a regalarte vestida de ausencias
cabalgando en el sepulcro de tu imperio.
¡Oh, noche eterna
que despiertas los miedos y haces revivir las voces que,
pobres ingenuos, creímos extintas!
Ni Sansón pudiera con la gravedad de tu tiranía,
de tu indolente semblante
que el más desabrido lamento llegare a inmutar.
En la insondable forma de tu ser hago quimeras
dando vueltas en torno a uno, como una bestia,
tratando inútilmente de escapar a mi sombra
hasta atacarla, hasta el paroxismo.
¡Ten para el túmulo que levante tu altar
el polvo, la ceniza de este tu vencido
y quede mi alma en paz!

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